Hablar de crisis económica es reducir el campo de representación a su aspecto tangible y material. Se entiende rápido, son los efectos y la urgencia en un país con una decena de millones de pobres y una clase media que se cae por el fin del crédito y la fuerte hipoteca vital, el consumo cae, excepto el gran lujo y el low cost, la exclusión del mercado de trabajo es una sombra para muchos. Hubo un imaginario de crecimiento perpetuo, creado por una de esas ilusiones colectivas, se llegó a hablar de la séptima potencia del mundo. Los economistas se callaron.
Las palabras...crisis económica...nos sitúan como un gps en el centro de la urgencia, en el perímetro del incendio, en el bloque de edificios y se pierde la visión amplia del resto de la ciudad. La crisis de valores y principios afecta a toda la ciudad, pero como un virus de gripe, no se vé, un virus invisible afecta a millones y un incendio a una manzana. Son tan necesarios los médicos como los bomberos, pero bomberos en cama poco pueden hacer. La crisis moral, intangible como un virus, ha llegado y afectado a los tres poderes del estado, a las organizaciones, ha minado la confianza en el país, nos quitan las a's, sube la prima de riesgo, los inversores se van, el dinero vuela, los poderosos huyen al agro, como a finales del imperio romano, a sus villas con cámaras, los parados nos quedamos en casa, en medio de un clima de asco general ¿qué hacemos? ¿no será recuperar el ánimo, hoy por hoy, lo más urgente? La escuela estoica prohibía la tristeza entre sus discípulos.
el BENI
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